miércoles, 10 de septiembre de 2008

...

El olor, el silencio, ese silencio de las ramas y el viento, ese silencio más lindo que el silencio.
Salí del camping llena de eucaliptos y silencio, buscando no se que.
Nosotras avanzábamos y la ciudad mutaba, como si fueras por un camino y alrededor todo se transformara; las casas, las calles, el olor era cada ves más “grande”.En un momento el silencio, tan presente en este camino se corto por una maquina gigante, pero chica, quedaba chica envuelta entre cerros que empezaban a aparecer.
Ibamos por una recta, había tanto para ver que no te tentaba doblar; de a poco todas estas cosas se empezaban apropiar de la búsqueda.
Nosotras también mutamos, podría decir que nos convertimos en Hansel y Gretel, sin saber donde estábamos paradas (a esa altura el mapa no lo mostraba), no seguíamos un camino por las calles, si no pedazos de cosas, cosas con la marca del tiempo…
Paramos frente a un chatarrero, desarmadero… no se muy bien como definirlo, entre tantas cosas, chapas, autos, mitad de autos, pedazos de autos, gomas, tuercas, turquitas, latas, lo que más me atrapó fueron dos niños jugando en un caballo, mejor pony, que si lo dabas vuelta era una carretilla, ahí pensé que lo que buscaba era una mirada, que se acerca sin duda a la mirada de un niño.
No quería pinchar el globo, pero la bruja era hombre y no nos quería cocinar en una olla gigante (olla tenía).
La bruja era Jorge, también con las marcas del tiempo, la casa no era de golosinas, era de chatarra pero igual nos atrapó, era impresionante ver el cerro encuadrado entre las ruedas de las bicicletas.
Jorge no nos cocino en una olla gigante, pero nos comió con las palabras.